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VIVIMOS LA CUARTA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL
El mundo está inmerso en una lógica de transformaciones inédita en su historia, tanto por la intensidad como por la velocidad y profundidad de los cambios que se producen constantemente, generando un ambiente de grandes posibilidades pero también de enormes incertidumbres.
LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL Y LOS ALGORÍTMOS INTELIGENTES
Sitúan a la tecnología, ya no en el rol de mero instrumento para mejorar nuestras capacidades físicas, sino otorgándole una función central en nuestras vidas cotidianas. Esto obedece al surgimiento de dos grandes factores disruptivos: El procesamiento de los datos y la información – La mutación de nociones de espacio-tiempo
El Estado suele ir a la saga de los avances que en muchos casos los ciudadanos ya hicieron propios en su actividad cotidiana particular, y lo coloca en una situación compleja que le exige resolver nuevos dilemas y enfrentar desafíos inéditos.
En primer lugar, los avances tecnológicos y científicos, como las neurociencias y la inteligencia artificial –entre otras-, le imponen al Estado la necesidad de incorporar a la evaluación de sus políticas disciplinas complejas, como la psicología, la economía del comportamiento, entre otras.
Esa revolución le exige, en segundo lugar, la necesidad de adaptarse, debiendo reconfigurarse en un nuevo rediseño de su organización y funcionamiento, y exige una reingeniería del marco institucional, debiendo asumir nuevas maneras de estructurarse y de funcionar.
En tercer término, estos avances interpelan a la imaginación de nuevas y mejores formas de interacción entre el Estado y los ciudadanos.
La Administración, la Justicia y el propio Legislador se ven desafiados a encontrar modos diferentes de vinculación con los habitantes. Mecanismos que sean más simples, más llanos. Más “a escala humana”.
Por último, el Estado se encuentra también en la necesidad de estar a la altura de los retos que se derivan de la criminalidad que ha adoptado a este nuevo ecosistema digital y tecnológico como un medio propicio para desarrollar actividades ilícitas.
En ese contexto, el Estado sufre la tensión de ser, por un lado, parte de esos cambios, asumiéndolos y aplicándolos en sus relaciones con los ciudadanos, y a su vez, ser gestor de esas transformaciones y agente de inclusión de quienes no pueden ser parte, reduciendo los problemas relativos a la accesibilidad y la brecha digital.
Si bien la adaptación del Estado a la nueva revolución industrial es dificultosa, la clave viene dada por su reconfiguración a partir del concepto de la gestión inteligente, la innovación inclusiva y del impulso del uso estatal de nuevas tecnologías a partir de las personas y sus derechos.